Confieso que he sido un jugador de baloncesto muy malo. Flojo en el manejo del balón y justito de tiro y pase. De chaval aún podía suplir mis carencias con un despliegue físico bastante apañado que me daba para acabar jugando buenos minutos en mis equipos, aportando intensidad sobre todo.
Con el tiempo y las lesiones los mensajes del entorno eran claros:
Esto no es para ti compañero. Deberías dejarlo. Cada vez que juegas acabas lesionado y tampoco te van a echar de menos tanto...Claro que, uno es perseverante como pocos. En contra de las evidentes verdades de la vida y el juego seguí jugando todo lo que pude. Algunos me preguntaban que por qué lo hacía. Qué pintaba un padre novato yendo 3 noches por semana a entrenar a 15 kilómetros de su casa con un equipo del que iba a ser el jugador número 10 o 12...
Pues lo hacía por gusto. Hay muy pocas cosas que me hagan disfrutar tanto como del juego. La tensión. La concentración en el aquí y ahora. El esfuerzo, la lucha, el sacrificio por los compañeros...
Es como una droga. Ahora estoy apartado del juego. Porque el tiempo no me da para más, porque tengo un tendón de aquiles tocado... y porque soy un paquete, claro ;)
Aún así, cuando pienso en el final de mi lesión se despiertan mis anhelos enterrados, es un monólogo interior irrefrenable que suena así:
En cuanto termines con la tendinitis te vas a poner en forma de verdad. Piscina, pesas y carrera, ya lo verás. El año que viene te buscas acomodo en un equipito de veteranos y partimos la pana. Con un poco de suerte te marcas algún mate como los de antaño, a lo Villalobos...Delirios de grandeza, bien lo se. Pero cuando miro a algunos de mis chicos durante los entrenamientos me pregunto... ¿Querrán jugar cuando tengan mi edad? ¿Les gusta tanto como a mi?
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