26 ene 2010

Buenos días (una historia real)

Me acabo de despertar.

Aún está oscuro y el silencio es muy espeso por lo que debe ser temprano. Es extraño porque provengo de una orgullosa estirpe de dormilones profesionales. Casi nunca nos despertamos a media noche y, cuando lo hacemos, es porque nuestras vejigas van a reventar

Sin embargo aquí estoy, con los ojos como platos, sin necesidad de desaguar ni ganas de dormir más. El vetusto despertador de cuerda indica que aún falta media hora para que sea la hora de levantarnos y en la penumbra vislumbro a mi hermano en su cama, cortando troncos con abandono.

Se trata de una experiencia nueva y desconcertante: 
¡Me he despertado el primero!

Nunca jamás me había ocurrido esto. No sé qué hacer. ¿Me hago el dormido? ¿Me levanto? Al cabo de unos interminables 3 minutos de deliberaciones internas me decido a levantarme. Se trata de un momento crucial en mi vida. Un acto digno de una persona adulta, sin duda.

Así que tras decidirme, me levanto. Con el máximo sigilo atravieso el manto nocturno y me dirijo al baño para afeitarme (hace un par de meses que empecé a ocuparme de mi incipiente bigote). Concluida esta operación con extraordinaria pericia (apenas me he dado 2 cortes esta vez), retorno a mi habitación para vestirme a tientas. Es una suerte que dejase la ropa preparada la noche anterior.

Miro el despertador. Apenas ha pasado un cuarto de hora y todo mi entorno sigue dormido. Se me ocurre que, tras alcanzar mi primera cumbre de hombría con este despertar temprano, bien puedo culminar la gesta preparando el desayuno familiar antes de que se ponga en marcha la casa.

La idea es osada, temeraria incluso. La adrenalina comienza a fluir por mi cuerpo y mis latidos desafían el silencio nocturno. Armado con mis mejores intenciones, emprendo peregrinaje hacia la cocina. Cruzar en silencio el gélido pasillo es un juego de niños gracias a mis zapatillas de paño pero sortear la estepa del salón es otra historia.

Aparentemente acogedor, nuestro salón es una extensión minada de adornitos, butacas acechantes y mesitas auxiliares dispuestas con un solo propósito: castigar las espinillas y sobresaltar al explorador desprevenido. Aunque conozco el mapa a la perfección, no es raro que algún elemento siniestro cambie de un día para otro. Y estoy a oscuras.

Con decisión, comienzo mi recorrido con la máxima cautela. Uno, Dos, Izquierda 90º. Tres, Derecha 30º, Cuatro, Cinco, Derecha 40º y ya casi est.....¡CLINK!.

Mis latidos se desbocan y me cuesta oir mi propia respiración. La última mesita, ha cambiado de orientación a lo largo de la noche y acaba de atacar mi mano izquierda lanzando una cajita de plata a su encuentro. Por suerte la cajita ha caido sobre la alfombra, amortiguando el estruendo.

Aprieto los dientes para sofocar un gritito infantil de sorpresa y escucho en la oscuridad por si he despertado a alguien. Por más que lo intento, sólo puedo oir el estruendo de mi corazón bombeando con alegría.

Seis, Siete, abrir Puerta y... ¡Lo conseguí! ¡Estoy en la cocina! Por fin puedo encender una luz sin temor a molestar a los durmientes. El fluorescente se hace de rogar pero al final arranca iluminando una cocina bastante pequeña y normal salvo porque la encimera está mucho más alta de lo normal.

Abro la despensa. Me asaltan los aromas concentrados de los manjares capturados en nuestro último viaje a España (miel, chorizo, queso ahumado....). Saco la leche, el pan de molde y enciendo la tostadora para ...


¡¡¡RRRRRRIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGG!!!
¡¡¡RRRRRRIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGG!!!
¡¡¡RRRRRRIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGG!!!
¡¡¡RRRRRRIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGG!!!
¡¡¡RRRRRRIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNNGGGGGG!!!





(Basado en una redacción que hice para el colegio en 1989, a su vez basado en hechos reales)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy a tocarle el botón del amor a quien se deje.


jeje

Grifo

Unknown dijo...

Grifo, Grifo.. estás hecho un pervertido ;)