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En casa, pasábamos pocos ratos de ocio. Cuando lo hacíamos, nuestros juegos más habituales eran la brisca, la pocha (fuente de gozo inagotable), el monopoly o partidillos de futbol con una pelota de tenis en el larguísimo pasillo del piso...
No teníamos ordenador y había muy poco decente (p.ej. Yes, minister) que ver en las cadenas de televisión disponibles. Por ello nos hicimos con el santo grial de los 80: Un video VHS. Nos apuntamos al videoclub más cercano y empezamos a tragarnos películas como mulos. Muchas de ellas eran estrenos recientes (Batman, Biggles, etc.) que veíamos en versión original con subtítulos en Japonés o similares.
Pero un día escogimos algo desconocido para mi hermano y yo: La pantera Rosa ataca de nuevo. Como todos los niños de la época, conocíamos los dibujitos animados de Clouseau. No teníamos ni idea de su origen. Tampoco conocíamos a Peter Sellers.
Los que me conocen saben que uno de mis rasgos más acusados es la risa. Me río muy a menudo y de forma muy intensa. Pues bien, aquella fue la primera vez en que recuerdo haber llorado de la risa. Entre la genialidad del personaje, el absurdo de las situaciones y la maestría de Sellers el cóctel me reventó las costillas. Verbigracia:
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