Emigrar puede ser una lata. Sobre todo a países muy lejanos en distancia y costumbres. Comida, idioma, ritmo de vida...
Hasta que llegó el revolucionario invento de la radio. A mediados de los 80, mi señor padre adquirió una moderna radio digital capaz de sintonizar FM, AM y emisoras de Onda Corta. Durante mucho tiempo, cuando viviamos en El Cairo esa radio, sintonizada con 'Radio Exterior de España' fue nuestro principal vínculo con 'casa'.
Hoy Internet y la televisión por satélite lo hacen más llevadero todavía. Es posible evadir el desarraigo del emigrante manteniendo un enlace permanente con el pais de origen. Casi como si el umbral de casa fuese un portal teleyector que conecta dos lugares remotos.
Parece mentira, pero hace 20 años estos lujos no estaban a nuestro alcance. Como mucho el teléfono (a precio de oro), periódicos y revistas atrasadas... y la radio.
Recuerdo la programación como algo del pleistoceno. Aburrida, terroríficamente mala. Todo eran espacios concebidos para emigrantes de los años 60. Coplas, Llamados de socorro... Se salvaba por los boletines informativos y por la programación deportiva (los de mismos de Radio Nacional).
Gracias a Tablero Deportivo y a Radiogaceta de los Deportes pudimos seguir las gestas de Epi, Villacampa, Audie Norris, Fernando Martín, Corbalán, Perico Delgado, el Madrid de la Quinta del Buitre, los inicios del Dream Team barcelonista, el inexplicable furor de la Lambada...
Recuerdo de esos programas deportivos, sobre todo, la voz de Juan Manuel Gozalo.
Este tío ha sido pura radio. Agudo, implacable, cascarrabias, gruñón y tierno a la vez. Un auténtico 'abuelo cebolleta'. Aunque me resultaba irritante con cierta frecuencia (como el gran Trecet), confieso mi devoción por su estilo independiente, vital, enérgico y por su incuestionable maestría haciendo radio.
Ayer falleció este gran profesional (estuvo trabajando hasta el Miércoles pasado). Lo echaré de menos.
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